LA EMOCIONALIDAD

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Nos encontramos siempre en un estado emocional particular. De acuerdo con la emocionalidad en que estamos en un momento dado, nuestros mundos son diferentes. Vemos ciertas cosas, y no vemos otras; emprendemos algunas acciones y otras no tomamos decisiones en el marco de nuestro particular estado emocional.

La emocionalidad nos constituye en observadores diferentes. Distintos estados emocionales nos predisponen a observar ciertos eventos o aspectos del entorno y a no observar otros. Una persona que se encuentra distraída, por ejemplo, tenderá a observar cosas distintas de las que tenderá a observar una persona asustada. Y lo mismo podemos decir con respecto a cualquier emoción. Pero la diferencia que ella establece en el observador no se limita a lo que éste sea capaz de observar o no observar. Frente a un mismo acontecimiento dos observadores tendrán miradas distintas, de acuerdo a los tipos de emocionalidad en que se encuentren. La emocionalidad colorea nuestras observaciones de maneras diferentes. No será similar la observación de un hecho, si el observador se encuentra triste o alegre, si se halla emocionalmente tenso o relajado, si se halla confuso o asombrado, si se siente seguro o inseguro. Todas nuestras observaciones se producen en un determinado espacio emocional que las afecta. Al cambiar el espacio emocional del observador, se modifica el tipo de observaciones que realiza. Así pues, los estados emocionales constituyen un factor central en nuestras diferencias como observadores.

Las emociones se producen cada vez que experimentamos una interrupción en el fluir de la vida. Por ejemplo, si nos llaman para comunicarnos que hemos sacado un premio en ese concurso tan importante al cual enviamos nuestro trabajo, nuestro espacio de posibilidades deja de ser el mismo. El futuro es diferente. La emoción de alegría, de optimismo, que experimentamos, reemplaza a la que teníamos antes, de incertidumbre, de aprensión.

Cuando advertimos que nuestras posibilidades se expanden, nos movemos hacia la emocionalidad positiva; cuando estimamos que nuestras posibilidades se reducen, nos desplazaremos hacia la emocionalidad negativa. O, a la inversa, de acuerdo a la emocionalidad en que nos encontremos, la manera de observar lo que acontece y, en consecuencia, aquello que se nos presente como posible, será diferente.

Para Spinoza todas las cosas –naturales y humanas- se caracterizan por su fuerza para seguir siendo, para perseverar en el ser. El perseverar es lo que caracteriza al ser, factor que expresa la potencia de la vida. Así, el alma rechaza todo lo que disminuye su potencia y lo que hace decrecer el esfuerzo por ser. En esta dimensión de potencia de vida, se enmarcan lo que Spinoza llama las “pasiones” (o afectos – afecciones), en tanto nos mueven hacia preservar el ser o bien, en un movimiento inverso, nos restringen o disminuyen.

Así, Spinoza distingue entre pasiones alegres y pasiones tristes, que son procesos –no estados-, pasajes de tránsito del menos al más, o viceversa; hacia la expansión de las posibilidades de preservación y desarrollo del ser, o hacia su restricción. Las pasiones alegres corresponden al pasaje expansivo que experimentamos cuando la potencia de vida se ve incrementada por sus propios cambios. Las pasiones tristes, en cambio, corresponden a la “depresión” que surge cuando

nuestra potencia de vida se encuentra inhibida o disminuida. Nos retraemos hacia nuestro propio ser, sin fuerzas para expandirnos o transitar.

El psicólogo Martin Seligman, habla de la visión optimista de la vida, aquella en que priman las emociones positivas, que expanden el campo de lo posible. Sin embargo –dice Seligman-, hay que dar tiempo y espacio a las emociones tristes. Ambos tipos de emocionalidad se complementan y en esa dinámica consiste el fluir. La visión pesimista, por el contrario, está impregnada de una emocionalidad fijada en la frustración, el desaliento, el enojo, la victimización: nada me resulta; voy a fracasar; nadie me estima como merezco, etc. Fluir, es haber aprendido a salir de ese bloqueo que la emoción negativa tiende a producir.

Para Albert Ellis, no toda la emocionalidad negativa es tóxica. Hay algunas que son sanas. La desilusión, por ejemplo; la tristeza, la nostalgia. Es natural sentir tristeza por no poder volver a algún lugar o momento que recordamos como hermoso. Las emociones tóxicas, en cambio, comprometen el respeto hacia los demás y hacia uno mismo. Al experimentarlas se produce una disminución de la dignidad: nos concebimos como seres precarios; sentimos y ejercemos la violencia contra otros. Este tipo de emocionalidad estanca el fluir, quedando uno atrapado en ella. Y el quedarse pegado en ese estado emocional, inmoviliza y bloquea las posibilidades de expansión.

Los observadores, en consecuencia, son distintos desde el dominio de la emocionalidad: los hay que se mueven en una visión optimista de la vida, en el sentido señalado por Seligman y otros, que quedan atrapados en la emocionalidad negativa que bloquean sus posibilidades de acción. Para unos y otros el mundo es diferente.

El Observador y su mundo – Volumen I Rafael Echeverría 

 

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